miércoles, 26 de agosto de 2015

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La ciencia contemporánea

 La ciencia contemporánea
Todos nosotros hemos sido educados en la idea de que la ciencia es la forma de conocimiento del mundo que inevitablemente lleva a descubrir verdades, derribando así el oscurantismo de otras tradiciones basadas en la fe y el dogma. De la misma manera, se nos ha educado para pensar que esta característica de la ciencia proviene de su método de conocimiento, basado en la recolección de datos, formulación de hipótesis y su verificación experimental. Y también se dice que para que la tarea de la ciencia pueda ser llevada a buen término, es necesario que los científicos sean personas objetivas, desprejuiciadas, libres de todo apasionamiento personal (como no sea el del conocimiento mismo) y neutrales.

Así, la ciencia aparece como una actividad privativa de ese tipo de personas, no como una actividad que pueda ser compartida por el conjunto de la sociedad, pues la mayoría de sus integrantes viven una existencia demasiado arraigada en el prejuicio y la ideología como para poder observar a la naturaleza "tal como es".

Por otra parte, la concepción capitalista del mundo, basada en la fragmentación del mismo en partes pequeñas y "esenciales", fomenta un desarrollo científico basado cada vez más en las superespecializaciones. Se supone, según esta concepción, que el mejor científico es aquel que es autoridad indiscutible en una pequeña parte del saber, quedando entonces la comunidad científica dividida en miles de especialistas, tan profundamente conocedores de su área, que nadie que se sitúe fuera de ese pequeño campo será capaz de rebatir sus conclusiones.

Sin embargo, esta forma de desarrollar la ciencia tiene como consecuencia negativa una fragmentación enorme del conocimiento. Los científicos, entre más especializados estén en una mínima fracción del conocimiento del mundo, son poco capaces de comprender gran cosa de lo que se lleva a cabo en áreas que no son la suya; las consecuencias de los descubrimientos en otros campos les son frecuentemente desconocidas, pero lo más importante: la sociedad, que en su mayoría posee un conocimiento superficial de la ciencia y su quehacer, se ve desplazada no sólo del conocimiento científico mismo, sino de las decisiones sobre lo que se debe hacer en ciencia. Esa es tarea exclusiva de los que "entienden" de ciencia, de los pocos seres con esta capacidad de "evadir" los prejuicios e ideologías y comportarse objetiva y neutralmente frente al mundo.

De esta manera se genera una "tiranía del experto". Es a éste, al político y al empresario que lo avalan quienes les corresponde definir las líneas de investigación, las conclusiones y las aplicaciones de los descubrimientos. El resto de la sociedad se encuentra desplazada de esas tareas. De esta manera la ciencia, de ser una actividad que debería llevar la cultura y la comprensión verdadera del mundo, deviene actividad excluyente, elitista y antidemocrática. De actividad crítica, se convierte en dogmática y autoritaria.

Lo anterior es aún más válido en las épocas presentes, en las que un capitalismo en decadencia es cada vez más incapaz de ofrecer satisfactores de larga duración a sectores significativos de la población. La investigación científica en el neoliberalismo está desplazando de sus decisiones a millones y millones de seres que se están viendo negativamente afectados por las decisiones que acerca de ella se están tomando.

Claros ejemplos de esto son la biotecnología y la genómica, cuyos apologistas prometen grandes avances para la humanidad, pero, paradójicamente, desprecian e ignoran las protestas que en todas partes del mundo se están dando, por ejemplo, a la fabricación y comercialización de alimentos transgénicos. De acuerdo con la visión elitista y dictatorial del experto en ciencia, no puede equipararse la opinión de uno de ellos, con la de un campesino que de ciencia no sabe nada y que por tanto no tiene nada que opinar sobre genes, transposiciones, resistencia a antibióticos o síntesis de vitaminas. Al mismo tiempo, situándose como juez y parte, considera deleznable cualquier otra forma de conocimiento tradicional, por ser "no científica" .

Esta manera de hacer ciencia es una característica poco mencionada de los sistemas totalitarios. Una sociedad verdaderamente democrática es, entre otras cosas, una en la cual la población es capaz de comprender lo que es la ciencia, sus teorías y sus conclusiones, no una sociedad en la que 95 por ciento o más de sus integrantes son obligados a aceptar pasivamente las conclusiones de la ciencia, en nombre de un "progreso" del que usualmente nunca disfrutan.